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La aventura americana de Sofía Díaz

  • Foto del escritor: Elia Montoya
    Elia Montoya
  • 24 abr 2019
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 6 may 2019

Esta waterpolista madrileña está experimentando un cambio completo de vida: hace las maletas para empezar la universidad en Nueva York, donde jugará una de las ligas más prestigiosas a la vez que empezará sus estudios superiores.



5765 km de distancia con su familia. Un océano de por medio. Dos aviones. Nuevo idioma y cientos de personas por conocer. Muchos miedos. Pero una gran oportunidad que no iba a dejar escapar. Todo esto y muchísimos pensamientos más le están viniendo a la mente a Sofía Diaz, una joven chica de 18 años que, sin apenas creérselo todavía, se ha embarcado en uno de los viajes que le marcarán por siempre.


Estados Unidos y el comienzo de su nueva etapa deportiva y académica se han ido volviendo más reales a medida que se acercaba el momento de marcharse. Tras recoger sus grandes maletas en las que guarda más ilusión y recuerdos de su querida familia de Madrid que cualquier otra cosa, se dirige hacia la salida del Aeropuerto Internacional John F. Kennedy.


De camino a su nuevo hogar para los siguientes cuatro años, la universidad Wagner College de Staten Island (Nueva York), piensa en cómo su vida ha cambiado completamente por su dedicación al waterpolo. Dejó su colegio de siempre en Boadilla del Monte para incorporarse al Centro de Tecnificación de Natación en Madrid, donde pudo compaginar sus estudios de la ESO y Bachillerato con sus entrenos diarios. Debutó en la máxima competición femenina de este deporte con su último equipo, el Club Natación Madrid Moscardó. Ha participado con la selección española en un mundial junior, un mundial juvenil y un europeo junior, consiguiendo una medalla de plata y de oro en estos dos últimos respectivamente. Ha viajado prácticamente a todos los continentes y conocido a muchísimas personas de diferentes lugares del mundo que ahora se han vuelto amigas. Y todo nada más y nada menos que por el waterpolo.



Sofía Díaz en uno de sus primeros partidos con Wagner College [fuente: S. Díaz]

Cuántas horas de entrenamiento, músculos cansados y agarrotados, golpes y arañazos, horas sin dormir, apuntes del instituto en el AVE de camino a disputar un partido en Barcelona… Parece mentira que todo ello le haya llevado hasta donde está hoy, siguiendo lo que muchos llaman “sueño americano”. Nueva etapa, nuevas reglas, nueva liga. La más prestigiosa del mundo del waterpolo femenino. Decenas de universidades disputan en cada una de las siete conferencias muchos partidos con gran rivalidad e igualdad para estar en lo más alto de la clasificación y llegar así a los nacionales de la NCAA, el campeonato final que decide quién es el campeón de la liga universitaria estadounidense.



USC, campeón del campeonato de la NCAA en 2018


Un sistema muy bien organizado, con equipos que disponen de perfectas instalaciones, sponsors y un gran presupuesto. Sofía llega a Wagner con una beca completa, en la que la propia universidad le cubre los gastos académicos, de alojamiento y todo lo relativo a la parte deportiva. Acostumbrada incluso a tener que pagar por jugar, nada más llegar a la universidad sus entrenadores le dan una maleta entera repleta de equipación del equipo. Un mundo completamente distinto a lo que Sofía Diaz ha vivido en su Madrid natal, donde apenas hay espacio para que un equipo pudiese entrenar en una piscina de 25 metros.


Solo lleva medio día en Estados Unidos y ya está abrumada por el cambio de vida de un país a otro. Sin embargo, ella sabe que no todo será un camino de rosas y que va a tener que entrenar duro para conseguir un puesto consolidado en el equipo. Al haber más facilidades de entrenamiento, hay más competitividad, incluso entre las propias jugadoras del equipo. Rivalidad, también se podría decir. Y ese es uno de los mayores temores de Sofía. Al fin y al cabo, en Madrid todo el mundo se conoce porque, de una u otra manera, has compartido piscina con todos los equipos en algún momento. Es una pequeña familia. Y la sensación que tiene es que en su nueva casa no será lo mismo. Pero basta de miedos, tiene cuatro meses por delante por hacer de esta nueva ciudad lo que ella necesita: un nuevo hogar.





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